El alemán del Argos Shimano se impuso a Greipel y Cavendish en el cierre de los Campos Elíseos. El británico gana el Tour, acompañado en el podio por Quintana y Purito Rodríguez

Por si París no fuera suficiente, el Tour le entregó al campeón de la edición centenaria París al atardecer. Con esa luz anaranjada se paseó Froome por los Campos Elíseos, ese lugar donde, según la mitología griega, habitaba la sombra de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos. Parte del encanto de esta fabulosa carrera es que trata al vencedor como a un Napoleón victorioso y le permite desfilar alrededor del Arco triunfal que Bonaparte mandó construir en 1806. Y vestido de Rey Sol. Qué más se puede pedir.

Froome se coronó en París y a su reinado no cabe ponerle objeción alguna. Las sospechas de dopaje son tan inevitables como infundadas. El equipo Sky nació con la intención de hacer campeón a un británico y con el objetivo prioritario de conseguirlo limpiamente. Su milagro parte del prodigio del ciclismo británico en pista, al que nadie ha podido poner en duda después de nueve años de éxitos. Los otros recelos son simplemente los del europeo ante el extranjero. Nos ocurrió igual con Armstrong (A LeMond el apellido le hacía pasar por medio francés). Lo primero que nos irritó no fue su arrogancia, sino la invasión yanqui, vernos obligados a compartir este monumento de la vieja Europa.

Se nos pasará pronto. Froome, alocado en su forma de correr (quizá “africano”, dicho sea sin faltar), es ante los medios un tipo educado (hijo de diplomático) que no maneja ni uno solo de los eufemismos que utilizan los que tienen algo que ocultar. Diría que sin bicicleta reúne los encantos que le faltan sobre ella: el verbo, el origen, el exotismo. Ya habrán advertido que no consigo librarme completamente de los prejuicios que trató de evitar.

Para el ciclismo español, el resultado deja un sabor agridulce. A la alegría que provoca el podio de Purito (ayer, genial, se fumó un puro en la salida), sumamos la satisfacción que nos causa la confirmación de Quintana, colombiano de Movistar al que damos por asimilado. Sin embargo, persiste la pena por Contador. En un deporte observado con tanta suspicacia, su pérdida de fuerza se relaciona por algunos con los filetes de Irún. Ya me entienden, y no es justo. De vuelta de su sanción, Contador ganó la Vuelta y en este Tour ha peleado el podio hasta la última montaña. Sus achaques tienen más conexión con el desgaste de los años que con las teorías carnívoras. Apuesto a que volverá, con la misma determinación que aún apuesto por Valverde.

Al final, Kittel ganó el sprint de mayor glamour e impidió el quinto triunfo seguido de Cavendish; cuarta etapa para el alemán. Después, en el podio, el Tour entregó lo mejor que tiene: París, el homenaje a los vencedores, el Arco convertido en pantalla de cine, el recuerdo a cien años de aventura. No se aflijan. Ya falta un día menos para la próxima edición.

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