Wiggins arrasó en la crono y sólo tuvo rival en Froome, a 35s.

Si el mundo fuera un lugar sensato y el ciclismo un deporte lógico, Bradley Wiggins ganaría el Tour seguido de su fiel compañero Chris Froome. Tras ellos se clasificaría, casi con toda probabilidad, Cadel Evans. En París se hablaría inglés (con diferentes acentos) y el ciclismo británico cumpliría, 50 años después, el sueño de Tom Simpson, líder en 1962 y fallecido en 1967 en las rampas del Ventoux.

La vida, sin embargo, está plagada de sorpresas y el ciclismo es el mejor exponente de los sobresaltos vitales: las carreras son una vida comprimida en tres semanas. Lo que parece cierto un día deja de serlo al siguiente, ficción una semana después. Recuerden la Vuelta a España. Se puso a merced de Wiggins y Froome, pero la ganó un tal Cobo, a 29:15 en la clasificación general del presente Tour.

Las sensaciones, por tanto, chocan con los precedentes. Wiggins y Froome, los ciclistas más fuertes del Tour, jamás han ganado una carrera tan larga ni tan exigente. Las exhibiciones de Wiggo en París-Niza, Romandía y Dauphiné refuerzan su candidatura en la misma medida que la debilitan: demasiado bien demasiado pronto. Lo mismo ocurre con la fidelidad de Froome: será buena hasta que deje de serlo. ¿Se hundirá con el Titanic, llegado el caso?

Sus exhibiciones presentes son lo único indiscutible. Ayer, en Besançon, Wiggins fulminó a sus rivales con la única excepción del leal Froome, a 35 segundos de su registro marciano. Evans perdió 1:43, Nibali 2:07 y Zubeldia 2:20, sólo once segundos peor Klöden, su teórico jefe de filas. Entre los achacosos mortales, Valverde entregó 4:01, Frank Schleck 4:32, Gesink 5:15 y Rolland 5:34.

La general es igual de demoledora: Wiggins aventaja a Evans en 1:53, a Froome en ­2:07, a Nibali en 2:23, a Menchov en 3:02 y a Zubeldia 3:19. Valverde se aleja a 10:46. Y no olviden que el penúltimo día nos espera una contrarreloj todavía más larga: 53,5 km. Lástima que Indurain tenga alto el colesterol.

Ahora, cambiemos la perspectiva. Para ganar su primer Tour, Wiggins, de 32 años, tendrá que resistir de líder durante catorce días, con lo que pesa el oro cosido en la epidermis. Habrá de soportar también una presión desconocida y beber la felicidad a pequeños sorbos, si no quiere emborracharse del optimismo que le rodea. Le atacarán en las subidas, le probarán en las bajadas y tanto como a sus rivales tendrá que controlar el jovial entusiasmo de Froome (27). Es fácil que llegue a odiar tanta fidelidad.

Destino. Alguien me dirá que Evans se estrenó a los 34 años, pero su caso es diferente: el viejo lobo llevaba años rondando el triunfo (fue dos veces segundo en París). Para Wiggins, nacido pistard, todo es nuevo. Lo comprobará hoy, en el día de descanso. Ganará admiradores y perderá intimidad, hablará ante cien micrófonos y se fotografiará leyendo su hazaña en L'Équipe. Como si ya estuviera escrita. Demasiado fácil para ser verdad.

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