El flamenco gana en su primer año de profesional · Los favoritos no se movieron y, cuando la Lampre de Scarponi quiso reaccionar, ya era demasiado tarde · De Clercq se llevó la etapa en un final agónico y se la pudo dedicar a su paisano Weylandt

Los gallos se quedaron en el corral. No hubo movimientos de los hombres importantes de la general en la primera toma de contacto con la montaña en el Giro. La vigilancia fue excesiva. El Omega se dio cuenta de ello y movió a sus peones. Uno de ellos, Bart De Clercq, alcanzó por un tubular el día de gloria en la vida de un hombre.

El flamenco de 24 años, en su primera temporada como profesional, levantó una mano al cielo para dedicar a su paisano Weylandt el más grande de sus triunfos. Scarponi se quedó a centímetros de la victoria en la meta de Montevergine di Mercogliano. Todo el mundo miró hacia el Etna, pero el ciclismo en estado puro no entró en erupción.

Lampre llegó tarde
El equipo de Scarponi tomó las riendas del pelotón a falta de 17 kilómetros, cuando la meta de Montevergine era todavía el paraíso terrenal. Fueron cantos de sirena. Poco a poco perdieron protagonismo y el peso del gran grupo quedó tímidamente en manos de Liquigas y Acqua & Sapone, con un Garzelli que buscaba reverdecer viejos laureles.

Los jornaleros se dieron cuenta de la apatía de los teóricos grandes y se apuntaron a un convite al que a priori no estaban convocados. El danés Bak, último reducto de la escapada del día, quería morir matando y soñaba con llegar el primero a falta de 10 kilómetros. Fue una pequeña traición a sus compañeros de fuga, Canuti, Hoogerland, Montaguti, Visconti y Jérôme Pineau; aunque los dos últimos ya habían claudicado.

Antes, Johnny Hoogerland, había ofrecido una exhibición de pundonor el día de su cumpleaños contactando con el grupo e incluso provocando, con sus sucesivos ataques, rencillas en el mismo. Una familia que unió esta etapa del Giro y que se sobrepuso a las adversidades: la caída de Canuti, el pinchazo de Pineau que ansiaba revalidar su logro en la quinta etapa de la última edición y la presión del gran grupo.

Omega al ataque
De Greef y De Clercq se asomaban por la cabeza del pelotón, en teoría preparando el terreno para Jan Bakelandts. Nadie miraba para ellos. Bart De Clercq tomaba la delantera en lo que todos pensaron que era un tiro al aire. Ningún equipo se inquietó por la presencia de un joven flamenco de 24 años sin experiencia, un debutante sin un caché sobresaliente.

Palmo a palmo el belga fue ganando en confianza, a la vez que vaciaba su depósito. Los Androni tomaron cartas en el asunto y Jackson Rodríguez ponía pies en polvorosa. El venezolano miraba para atrás, pero ni rastro de Serpa y Sella. Era un día de secundarios, pero el sudamericano no quiso darse cuenta.

Dos últimos kilómetros
Así llegamos a los dos últimos kilómetros, con De Clercq administrando una renta de 24 segundos con el rigor de un padre de familia. Una posesión de baloncesto. En teoría una eternidad para la Lampre. Cuando los hombres de Scarponi quisieron reaccionar parecía demasiado tarde. Pero la máquina rosa comenzó a recortar la diferencia para resarcirse de la vagancia generalizada.

Los últimos metros fueron dramáticos para el Omega. De Clercq se retorcía por el esfuerzo, atenazado por el aliento de los transalpinos. El de Flandes Oriental, misma región que el difunto Weylandt, dilapidaba su ventaja segundo a segundo. La ley máxima del pelotón semejaba aparecer con una crueldad inusitada, para arrebatarle la gloria a De Clercq en el último suspiro. Pero la Lampre no contaba con un último escollo: la fe del belga era ilimitada. En el Santuario di Montevergine se hizo justicia. Ante la apatía de los favoritos, era el día para creer en una gesta. De Clercq lo hizo. Bendito valiente.

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